Felicity Valicourt se atusó la falda de su vestido en un gesto repetido que delataba su nerviosismo. Una de sus hermanas gemelas, Faith, la adelantó con largos pasos por el pasillo que las llevaba a la sala de reuniones. Faith no caminaba; corría, lo que era un signo inequívoco de que era afectada por la misma histeria incipiente que amenazaba con adueñarse de ella. Por primera vez en cincuenta años, todas las Valicourt se sentarían a la mesa.
Todas.
¿Qué había pasado para que todo su sistema de control peligrara tanto como para forzar esa reunión? Felicity no lo sabía.
Llevaba los últimos quince años destinada en uno de los privilegiados centros de recuperación de leónidas de París Nouvé. El mejor de ellos, sin duda. Allí no llegaban los perdidos espaciales ni la escoria portuaria que poblaban los centros de Vadder y Xena. No, a París Nouvé llegaban los pequeños bastardos de las clases altas. La población de Origen era la única en todo el sistema que no se sometía a mecanismos de control de la reproductividad. Una costumbre estúpida, si alguien le preguntaba su opinión, pero que resultaba muy útil cuando se trataba de conseguir alumnos para las Escuelas de Placer, la principal fuente de ingresos de la familia.
Felicity podía vanagloriarse de que su centro había provisto a la Escuela con la mayor parte de sus alumnos. Eran contados los estudiantes que provenían de las otras lunas de Origen y excepcionales los que llegaban de las zonas industriales del Espacio Interorbital. Pero la mano de obra barata y los mercenarios para los ejércitos corporativos también daban buenos beneficios y en el Sistema Eos había sitio para todos ellos.
Felicity entró en la sala de reuniones con la cabeza muy alta. Tomó su asiento en la mesa redonda al lado de Hope. Esta parecía más sombría de lo normal, y tratándose de Hope, eso podía ser muy sombrío. Ella se ocupaba de uno de los centros de Vadder. Allí era donde llegaban la mayor parte de perdidos, eso la obligaba continuamente a entablar relaciones con Seguridad Interorbital, lo que a veces podía resultar muy irritante.
A su derecha, Armony se ocupaba de los contactos con la Casa Grande de Sparta. La relación entre ellas no solía ser muy buena ya que trabajaban en bandos opuestos y cada niño era un pulso, una batalla en la ninguna estaba dispuesta a ceder. La mayoría de las veces era Armony la que se llevaba el tanto. A veces, esos críos valían más muertos que vivos. Pero últimamente las cosas no habían ido muy bien por ese lado. Desgraciadamente, tampoco habían sido buenas en el bando de Hope.
La puerta de la sala se abrió y todas las Valicourt se alzaron para rendir honores a Mamá Valicourt, una anciana de casi doscientos años que se desplazaba en silla de ruedas. Felicity se asombró al verla todavía viva. Siempre era un golpe ver a esa mujer de la que todas provenían como si fuera una abeja reina. Hacía que ellas se sintieran de repente un poco más pequeñas, un poco más del montón. Y eso se debía a que todas las hermanas Valicourt eran meras copias de ese ser único. Y Felicity, con su orgullo, con sus ambiciones, con su pequeña porción de poder, no era ni más ni menos que sus cuarenta y siete hermanas; un clon.
—Hijas mías —dijo con voz trémula la primera Valicourt—, mis hermanas. Estamos aquí reunidas porque por primera vez desde que comenzara nuestra labor altruista de inserción social —Felicity sonrió y vio que la mayoría de sus hermanas lo hacían también— alguien está poniendo en peligro todo por cuanto hemos luchado. ¡Hope! —Su hermana dio un respingo a su lado, y se levantó envarada—. Explícanos lo que ha pasado.
—Sí, Mamá —asintió—. Hace dos semanas, nos informaron de que un grupo de buscadores intentaban localizar el centro Valicourt de los suburbios de Vadder. Inmediatamente contacté con Armony, pero en el centro no había ningún leónida del que se hubiera denunciado su desaparición así que no le dimos importancia. Supusimos que seguía una pista falsa y que se irían una vez hubieran comprobado de que no había nadie por el que se ofreciera recompensa. Pero no fue así. Cuatro días más tarde, irrumpieron en el centro y se llevaron a los niños.
Un murmullo recorrió toda la mesa, lo que Hope estaba explicando parecía imposible.
—¿De cuántos niños estamos hablando? —preguntó Merry.
—De setenta y cuatro —contestó Hope sin vacilar—. Todos los niños del centro.
El rumor generalizado se extendió todavía más y se elevó sobre todas las voces.
—¡Silencio! —La voz de Mamá Valicourt resonó en la habitación como un trueno ensordecedor matando al instante todas las conversaciones—. Eso no es todo. Como os habréis dado cuenta, nuestra hermana Grace no ha podido acompañarnos. —Felicity agachó la cabeza sintiéndose culpable, solo en ese momento había deparado en que nadie se sentaba a su lado izquierdo—. Grace está en este momento informando a las autoridades de Seguridad Interorbital, ayer mismo se produjo una incursión similar en su centro de Heraclión. Ochenta y tres niños más han desaparecido; todos los alumnos del centro.
—¡Nos están atacando! —exclamó Faith.
—Pero, ¿quién? —preguntó Armony—. Los Mar-en-Calma insisten en que no saben nada de esto, y la verdad es que no les veo formando parte de una cosa así. Llevan años buscando a sus propios perdidos.
—Perdidos de los que ninguna de nosotras sabe nada —recordó Hope—. ¿A dónde van los niños que no llegan a nosotras?
—Eso es una discusión para otro día, Hope —replicó Love—. La cuestión es: ¿cómo han encontrado esos centros? Se supone que su localización es secreta.
—Un ataque desde dentro —masculló Mercy.
Felicity seguía el debate con atención cuando una luz roja se encendió en su tablero. «¿Una llamada?», ¿quién podría llamarla? Todos sabían que estaba en una reunión muy importante, si se habían tomado la molestia de desatar su furia era porque debía de ser muy urgente.
—¡Dos centros! ¡Casi doscientos niños! ¿Dónde se esconden doscientos niños?
Felicity empezó a temblar. La insistente luz roja se encendía y se apagaba y algunas de sus hermanas habían desviado su mirada hacia ella. Felicity disimuló un poco, y mandó un mensaje de texto intentando no interrumpir la enérgica discusión que se llevaba a cabo en ese momento.
La respuesta no se hizo de rogar. Felicity sintió como el color abandonaba su rostro. No podía ser, ella dirigía un centro en París Nouvé. No eran los suburbios de Vadder, ni la zona industrial de Heraclión, era París Nouvé, una de las lunas de Origen. La más importante de las Lunas de Origen. Felicity se levantó tambaleándose y sintió como si su corazón se olvidara de latir. Una a una, la cabeza de cada Valicourt se dirigió hacia ella.
—¿Sí, Felicity? —preguntó Mamá Valicourt—. ¿Hay algo que tengas que decirnos?
—Sí, Mamá.